Al final todas decimos lo mismo: la única verdadera amiga que tuve fue mi madre

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Esa amiga que está en las buenas, pero en las malas está el doble.

El vínculo entre madre e hijo es tan fuerte que podemos rastrearlo al momento mismo en que el cuerpo de un nuevo individuo se empieza a formar dentro del vientre de la mujer que tras algunos meses de desarrollo lo traerá al mundo, pero precisamente hay tantas incógnitas sobre esta etapa inicial que puede que en ella se hallen las razones para entender porqué la unión afectiva entre estos dos seres es tan fuerte y poderosa.

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Por supuesto, la mayoría de temas relacionadas con el comportamiento tienen una explicación que obedece a motivaciones evolucionistas y adaptativas, ya que el cerebro de una mujer que ha sido madre genera sustancias químicas que obligan a todo su organismo a actuar en favorecimiento de su cría, incluso sobre su propio bienestar e instinto de auto-conservación, sin embargo, la trascendencia del vínculo entre madre e hijo parece ir más allá de una respuesta a la imperiosa necesidad, innata en todos los seres vivos, de prolongar su legado genético, pues la presencia del recuerdo de nuestra madre nos acompaña a lo largo de nuestra vida materializándose constantemente en nuestras experiencias tanto positivas como negativas.

La sensación del abrazo materno está presente a lo largo de nuestras vidas como un anhelo primitivo de regresar a nuestros orígenes individuales.

Por ello, aunque los años pasen y nos hagamos grandes, seguimos necesitando de su afecto, de sus consejos y en general de su presencia y ella en respuesta siempre está allí para nosotros, con una vocación de sacrificio y generosidad sólo comparable a la de los seres que actúan únicamente motivados por el altruismo.

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Una madre es capaz de entregar todo lo que posee por sus hijos, de renunciar a sus sueños por cuidar de las personas que ama, de entregar su vida, sin dudarlo, a cambio de la de cualquiera de sus hijos, lo haría cuando estos estuvieron en su vientre y lo haría hasta el último día de sus vidas. Por eso no hay ser más leal, fiable, sincero e incondicional que una madre y eso la convierte no sólo en la persona más importante de la vida de cualquier individuo sino en la representación más profunda de lo que significa el amor.

No es en vano que muchos psicólogos concuerden en que una de las imágenes más utilizadas cuando se le pide a una persona que evoque un momento de paz y felicidad, sea una relacionada con sus primeros recuerdos cobijado por los brazos de su madre, el lugar en donde más a salvo nos sentimos, de una forma primitiva, incluso infantil, pero tan efectiva que de inmediato nos hace sentirnos en casa.

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